top of page

Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía  silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, y con cierta dificultad abrió los ojos poco a poco para acostumbrarse a la luz. Se levantó silenciosamente con movimientos torpes. Había oído un ruido. ¿Qué ha sido eso?- se preguntó.

Sigilosamente se dirigió al comedor y apartó las cortinas para ver la calle. No quería que sus tíos se despertasen. Parecía que no había nadie, pero cuando consiguió centrar su vista se dio cuenta de que había un niño sentado en la repisa del jardín de la casa de enfrente a la de sus tíos. Parecía muy concentrado en lo que hacía, inconsciente de que estaba solo en mitad de la calle y de que sus padres probablemente estarían buscándolo. Harry se acercó más al cristal para poder ver qué hacía. Parecía que estaba dibujando. Harry se debatía entre olvidar la escena y volver a la cama bajo la escalera o tratar de salir al exterior a averiguar qué había sido de ese niño. Se giró asustado. Había oído algo. ¿Sus tíos?- pensó preocupado. No, parecía que seguían oyéndose sus respiraciones pausadas al dormir. Sería algún insecto, pensó. Efectivamente, volvió a oír un ligero movimiento. Se giró. Una araña de tamaño considerable cruzaba sigilosa la pared. Aunque no les tenía especial respeto, tampoco le era muy agradable la escena, y pensar que podía acabar colándose en su pequeño “dormitorio” lleno de polvo, bajo la escalera, no era la mejor escena que se le ocurría.


Harry se debatía entre tratar de seguir a la araña para atajar sus preocupaciones o calmar su curiosidad saliendo a hablar con aquel niño que seguía dibujando solo en la calle.

bottom of page