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Cuando yo tenía 6 años  vi una lámina que representaba una boa que se tragaba a una fiera. Reflexioné, entonces, sobre las aventuras de la selva y logré trazar con un lápiz de color mi primer dibujo. Mi dibujo número 1. Era así:

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Mostré mi obra maestra a las personas grandes y les pregunté si mi dibujo les asustaba. ¿Por qué nos ha de asustar un sombrero? Mi dibujo no representaba un sombrero, sino una serpiente boa que digería un elefante. Este fue mi segundo intento:

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Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado la imaginación y los dibujos y me interesara un poco más por la historia, el cálculo, la geografía y la gramática.

Sin embargo, mi mente inquieta no dejaba de elevarme a paisajes misteriosos, a mundos lejanos y a aventuras interminables que solo tenían espacio en mi imaginación.

Me hice mayor y aprendí a pilotar aviones. Es cierto que la geografía e historia me sirvió de mucho. Tuve así, en el curso de mi vida, muchísimas vinculaciones con muchísima gente sería. Las he visto muy de cerca. No he mejorado excesivamente mi opinión.

Viví solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente. Yo no sabía que en aquel nuevo viaje que iba a emprender, todo cambiaría, ya que sufriría un accidente por un fallo del motor de mi avioneta. Me disponía a elegir mi próximo destino. Estaba decidiéndome entre cruzar el charco hacia América o detenerme en Inglaterra 

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