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¡Mi sentido arácnido, me indica, detecta, me lo advirtió…! Exclamó Peter cuando desde su más profundo interior intentaba explicarse cómo ocurrió todo.

Todo comenzó cuando éste, en una de las visitas del colegio al museo arácnido, quedó perplejo ante la belleza natural que una de sus amigas desprendía. Estaba enamorado de ella pero al mismo tiempo convencido de que nunca sería para él.

Y sí, las convicciones son un lujo para aquellos que se mantienen al margen, para personas como Peter, hasta que llegó su “otro yo”: el sensual, el héroe, el atrevido… como consecuencia de un “flash” provocado en el museo. Fue justo en ese momento que sintió que sacaría su cerebro de la cabeza y lo besaría.

Y es que independientemente de lo que le depare la vida nunca olvidará estas palabras: un GRAN PODER conlleva una GRAN RESPONSABILIDAD. Como el de aquel niño que miraba fijamente a través de la urna que contenía aquella araña de tamaño descomunal. Peter se identificaba un poco con él: desaliñado, delgado, con gafas redondeadas y cara de no ser demasiado sociable. Sin embargo, seguro que dentro tenía mucho potencial. De pronto, se oyeron gritos. ¡El cristal que contenía la araña que aquel niño miraba fijamente había desaparecido! ¿Cómo había conseguido hacer eso? ¡Parecía magia!

Se armó un revuelo descomunal. El responsable de seguridad instaba a todo el mundo a salir del museo, pero un niño pequeño de cabellos dorados parecía permanecer inmutable ante tal escena. Estaba absorto contemplando a todos aquellos adultos exasperados. Sonrió ligeramente. ¿Qué estaría pasando por su cabeza en aquel momento?

Peter se decidía entre preguntar al niño risueño que contemplaba la escena como espectador o acudir a ver a aquel extraño niño de gafas que seguía frente a la urna desaparecida y que no parecía saber muy bien qué estaba pasando.

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